Leer

Lee

Leer es entender de cualquier modo. Por lo cual uno escribe para entenderse, aunque sea escribir, en gran parte, subjetivo y relativo. Una denuncia es más fuerte que una reflexión, desde luego, pero una denuncia reflexiva tiene que valer el doble -digo yo-. Por eso, yo en la medida de mis posibilidades, siempre he tratado de denunciar reflexionando, moderando y hablando con las palabras una a una, aunque rebeldes algunas me han salido y otras por compasión han accedido. Pero bueno, yo las sigo invitando cada vez que sea necesario, sabiendo que no acudirán todas y, las más anheladas, ya ni les digo. Con esto, invito a leer y comprender a un pueblo, a un país, porque lo que yo escribo, aunque tenga nombre propio, es la vida e historia de una nación abnegada y a la vez usurpada de sus derechos y que su gente va al compás de la indiferencia y el menosprecio.

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De la toronja y de la tormenta

Un bosque verde espeso y muy cerrado, quizás es la imagen que más me impactó en mi tierna infancia, porque, mi primera exclamación al verlo desde la guagua “Girón V” era: “uy, si me meto allí, me perderé para siempre”. Tenia apenas 9 años de edad, quizás ya cumplidos o todavía por cumplir o, talvez 10 años?.
Con el tiempo, aquel bosque tenebroso se convertiría en tantas cosas para mí que, hoy en día aún añoro su generosidad, complicidad y compañía. Fue mi cobijo; mi alimento; mi mar; sitio de mis juegos y travesuras y cómo no, mis amores y desamores.
Era el mes de octubre de 1982 y, mi inquieta curiosidad volaba y tanto que se me difuminaba casi por completo: qué soy; de donde vengo; porqué vengo; a donde voy etc. tantas cosas que marca
n y marcarían para siempre mi vida. En esos momentos se abría para mi un mundo nuevo, una vida en la que me sumerjo profundamente en todos los sentidos y maneras. No tenía lugar en mi mente otro fin, que explorar el lugar donde estoy, aquellos frutos grandes y amarillos que colgaban de los árboles y que se veían por todas partes en cantidades infinitas, hacían latir aún más fuerte mi curiosidad y mi apetito, que sin saber todavía qué era aquella fruta o especie vegetal, ya la deseaba y, no tuve que esperar tanto, justo al bajar de las guaguas corrimos en desbandada a los árboles y el griterío de todos y advertencias de otros no tenían cabida en ningún corazón en aquel intenso instante.
La TORONJA, que así se llama ase fruto tan absorbente en su presentación natural, fue mi primer bocado en Cuba, si, comí toronjas hasta la in saciedad, también la añoré, la agasajé, bailé y lloré en su honor; caminé largas jornadas en su busca y la encontré y, otras veces no; ahogó mi sed; fue motivo de mis peleas colegiales y, fue regalo una y mil veces a mis enamoradas y me alegré al recibirla como obsequio, la guardé bajo tierra como un tesoro en las épocas de escasez, luego iba a escondidas para saborearla, también la maltraté, porque era la mejor herramienta para sustituir una pelota de béisbol que era nuestro deporte predilecto.
Cuba, abrió sus puertas de par en par para mí, para nosotros y para millares de jóvenes de otros centenares de países. Cuba era mi destino y mi tierra de acogida durante 13 largos años pero también fructíferos y hermosos. Estudié casi todo el ciclo formativo allí, desde quinto de primaria hasta graduarme en la universidad. Yo definiría a Cuba como mi madrastra, pero esa que fue buena en todo momento, tolerante, eficaz, alegre y a la vez severa, me dio lo que tenía y se esmeró de que no me faltara ni me pasara nada y hasta me agasajó como hijo predilecto, sobre sus propios hijos. En Cuba no me permitían dormir porque me decían, que solo es necesario dormir cuando se esta muy cansado y a mi edad, ni siquiera había dado un paso de la vida real y... gracias a Dios, nunca desoyé sus sinceros consejos y traté con todos los medios de estar siempre en pie.
Nosotros: éramos 600 niños de entre 9 y 12 años de edad, todos nacidos en plena guerra del Sahara Occidental y nuestra primera infancia fue marcada por el fusil y la bala, las trinchares y el miedo constante y sobre todo los largos viajes a todas partes y a ningún sitio. El Sahara, tan luego supe que era el desierto más grande e inhóspito del mundo y, que mi país se llama así porque esta en su parte más occidental. Mi país ahora sé que existe realmente, porque convivo con personas que han estado o viven allí. Aquellos murmullos que oía de pequeño sobre un tal Sahara Occidental y sus ciudades y sus barrios eran ciertos y, que mi padre murió defendiéndola.
Cuando abandoné Cuba, ya con 22 años y estaba bastante crecidito y con un titulo de licenciado bajo el brazo, era un mes de octubre, como antaño cuando llegue a la isla, no tenía una idea exacta de a donde voy, pero quería ir, ver a mi familia era lo más urgente, de la ultima vez hacía ya 13 años, un día me desligué de ellos sin mediar palabra y ese hecho también para siempre separó nuestras maneras y actitudes, cierto, ya no me acordaba de sus rostros ni de sus palabras. Mi reencuentro fue lamentablemente frió, pero intenso, no derramé lagrima ninguna, apenas mi madre pudo dejar ver unas cuantas gotas. Tenía una sensación rara en esos momentos, que más adelante esa sensación, se transformaría en confusiones, malentendidos, incoherencias, pensamientos raros, obligaciones...
Así, casi agobiado hice volar mi imaginación y, lo hice de todas las maneras posibles, en uno de esos vuelos, año y medio después de mi llegada a Tindouf, aterricé en Gran Canaria, era marzo 1997.
Eso, es otra historia y, otra lucha. Supe aquí en canarias que 2 y 2 no son siempre 4 y otras cosas más y; supe cual es mi razón de ser en esta vida y también cual es la de los tigres y los leones y las hormigas y los buitres y las hienas.
Por ejemplo hoy sé que estoy desarraigado, que tengo cien cabezas y mil lenguas; mis pasos van marcando un rumbo de lo que no tenía que haber pasado nunca o, tal vez si, pero, sé que mi tristeza no es contagiosa, porque va encubierta con chocolate y un trasparente hilo de miel para disimularla.
Por ejemplo, que los buitres se alimentan de los animales muertos y vuelan muy alto y; las hormigas son tan fieras y voraces como los leones.
En fin, que con esto pretendo que me comprendan y que cada cual dé buenamente mucho de si, siempre siempre siempre.


Chejdan Mahmud Yazid
10 de octubre de 2004
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La delgada figura
Aminatou Haidar


Nunca imaginé que una persona después de sufrir tanto, física como moralmente puede aún, albergar demasiada belleza. Nunca imaginé que un físico, mermada su integridad de mil maneras y desprovisto de lo mínimo esencial para subsistir, puede aún más, seguir inmaculado, tanto físicamente como moralmente
    Una delgada figura, emergió por la entrada principal del auditorio, era ella, y enseguida el bullicio inundó la sala, sus dedos flacos hacían el signo de la victoria sin pausa. Reflejaba su rostro una tenue sonrisa carismática, envolvente, minúscula, pero a la vez grandiosa, una de esas sonrisas tímidas, que solo los más nobles pueden esbozar. La mirada acompañaba rítmicamente los gestos de su cara entristecida, ella sabe que su lucha es larga y cruel.
Del rostro de Aminatou se puede crear una enciclopedia del ser humano, su alma su sangre sus vísceras su ánimo, su sueño, algo útil, pero tampoco algo complejo, quizás sencillo como ella, como los saharauis. La proporción de su cara refleja la sencillez de lo grande o la grandeza de lo sencillo.
En su delgada figura es tal vez donde más se nota el sufrimiento del hambre, pero no las ganas de comer -noto yo-, no camina pausada, no mira atrás y no se inclina salvo para vocear su amargura y pesar del que ella misma es consecuente. A Aminatou yo no la conozco personalmente, pero conozco su lucha, la he seguido le he escrito y, por fin la vi en persona, la ojee largo rato en un breve instante solo para ver una sonrisa o, una carcajada o ese brillo que tenemos a veces, cuando vemos que somos protagonistas y que todas las miradas van dirigidas a nosotros, pero nada, realmente estaba serena y, flaca. También pude regalarle una camiseta con el nombre de su ciudad favorita “Aaiun”. Personas como ella, otorgan al ser humano su humanización y su racionalidad, inequívocamente.
La flaca cuando leyó su discurso preparado, que, nada más lejos de la realidad es el discurso de sus compatriotas de prisión y patriotismo, las palabras vibraban de miedo y se encogían al unísono de nuestros corazones, sí, vi palabras saltarse del miedo; tiritarse y, vi otras que se escondían para no ser leídas y traducidas. Su voz y su ser era demasiado para tan simple texto.
Esa lectura, es la mejor manera de decir “aquí estamos, no, aquí estoy”. Eso, es la baza incuestionable de los seres magníficos, imprescindibles, que perduran en la vida. Ella es ahora símbolo, pero también historia, ella es eficaz, elocuente y simplemente bella, cuando la vi esa vez, supe que la fe existe y que, desde el umbral de la sencillez y la mesura se logra todo y todo, porque, la verdad es incuestionable y siempre brota de su propia ceniza.

Chejdan Mahmud Yazid
16 de mayo de 2006
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LA DULCE FÁTIMA

Hubiese Don Mahmud (yo, en adelante), no acudido al muelle del Aaiun a despedir a las tropas y personal español cuando abandonaban el Sahara Occidental. El cuenco de color negro rebosante de leche de camella recién ordeñada, lo sostenía entre mis dos manos, otro compañero, en realidad varios, de manera alternativa, sostenían entre las manos o, un cuenco lleno de leche o un plato de dátiles.
    Pero a mí me saltaban las lágrimas de manera desbordante en aquel momento. Mi vida la había vivido intensamente junto a mis inseparables amigos y ahora los veo irse. Una historia terrible e injusta iba a empezar, justo después de mis excitadas lágrimas.
    Todos mis amigos y yo estuvimos jugando la noche anterior, pero también sabíamos de la separación, quién nos diría el porqué, y por cuánto tiempo, ni siquiera ellos preparaban su propio equipaje a sabiendas que un inminente viaje los implicaría a todos menos a mi y, qué más da.
El día de la partida yo los buscaba con la mirada cuando abordaban el barco cogidos de las manos de sus familiares. Porque, Antonio mi mejor amigo, también partía y, Fátima, Guaci, Aytami, Ayoze. Por eso el cuenco de leche, los dátiles que les ofrecía como despedida me sabían a dulzura y bienestar, dentro de poco tiempo los volveré a ver y a jugar con ellos sin lugar a duda, además, todos eran canariones, ese lugar del que ellos me hablaban con infinita ternura. Porque ese paraíso apenas queda a dos palmos de mi tierra.
    Una y otra vez, en esos breves momentos, discontinuos, ininterrumpidos, de miradas y corazones ansiosos, cuando el griterío y los empujones de los viajeros eran más que saludos, se cruzaba el ayer y, el anteayer, nuestros juegos, nuestras lecturas y largas charlas en la casa de Antonio.
    Fátima siempre traía consigo un libro muy bien cuidado del Quijote que ella había leído y releído, cierto que ninguno de nosotros lo había hecho pero, eso sí, lo teníamos más que conocido. Ella se empeñaba en contarnos lo loco que era el tal Don Quijote de la Mancha, pero, nosotros también tomábamos a la chiquilla como otra loca, a pesar de su fina belleza. Nos gustaba a todos, pero que nadie se atrevía a confesarlo, ni mucho menos a ella, porque eso significaba entre otras cosas, tragarse a ese enorme libro que, realmente a nuestra edad y manera de ser, se nos hacía harto imposible.
    Ella nos decía que Don Quijote era bueno, tan bueno que arriesga su propia vida para defender lo que él crea verdad y justicia, nos decía que incluso ella misma sería capaz de hacer lo mismo. Era tanto su convencimiento de la inmensidad y generosidad de las personas, que le saltaban las lágrimas al pronunciarse al respecto en cualquier ocasión. Y nosotros, algunos cabizbajos y otros medio risueños, la escuchábamos con qué ganas de mandarla a callar, sin embargo su belleza nos imponía más.
    Le hubiere yo, el día de la partida confesado que también me gustaba el Quijote o, talvez en honor a la verdad, que me empezó a gustar gracias a ella. Nos contaba a Antonio y a mí, que el flaco Don Quijote de la Mancha era su ídolo, tal como ella creía en la belleza, y claro, nosotros en treinta y tres la escuchábamos, quizás en el fondo desearíamos en aquellos instantes ser tan flacos o tan locos para gustarle a ella.
    Corrí a por ellos, sí, corrí como poseído, no sabía qué demonios me pasaba, todo el gentío presente reparaba en mi locura, excepto a quienes va dirigida, a Antonio; Ayoce... mis inseparables amigos y hermanos, a mi amada Fátima, a la que quizás nunca le hubiere confesado que la quería. Mi darraa casi voló; el cuenco se me desapareció de las manos. Solo quería brindarles mi último adiós, llanamente despedirme, verlos por última vez, pero, de nada sirvió esa alocada espantada, alguien de los presentes, me agarró y, truncó mi desairada carrera y, con un breve azote en las nalgas me puso en las manos de mi madre. Ese día yo tenía puesto mi traje típico saharaui, mi darraa azul y mis sandalias de cuero, vestía realmente de gala, mi madre lo había dispuesto todo, es la primera vez que yo no reparaba en mi fabuloso traje, porque eran contadas las veces que celebrábamos algo y, desde luego mi madre y familia sí tenían algo grande que celebrar.
    Quizás mi falta de atención a la lectura o mi poco interés o, esa niña tan hermosa, fuere como fuere, días después de la marcha de todos los españoles, un amigo saharaui de la pandilla me dijo que “Don Quijote de la Mancha” tenía dos partes. Con tal sorpresa, me apresuré a hacerme con él, mi ilusión era creciente y mi corazón se agitaba como nunca, pensaba por primera vez en mi vida regalar algo grande a una persona. Quién me diría a mí que ella sabía de esa segunda parte de su libro preferido. Me invadía la dicha, pero antes... antes lo leería yo, tal vez con la ilusión de compartirlo con ella, sí, empecé a leerlo. Cierto, que después tuve que leer también la primera parte, me importa un carajo el orden. Luego, hice la encomienda a mi padre de mandarlo a Fátima y, días más tarde, mi padre se sumó al ejército y, cayó mártir. Apenas me dio tiempo de preguntarle por mi encargo.

Chejdan Mahmud Yazid
16 de mayo de 2005
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La mansión de abobe de Birganduz



Estuve a punto, pero, no lloré. A mi llegada a la daira de Birganduz en los campamentos de refugiados saharauis en Tindouf, sobre impresionado, empecé a tomar fotos antes de hablar o saludar a nadie. La casa de mi tío Mohamed Lamin estaba destruida, su bello salón que, días antes era el refugio de su también bella sobrina que  había contraído matrimonio una semana antes de las inundaciones, estaba por los suelos. No lloré, no lloré, motivos me sobraban para hacerlo después de ver tanta desgracia. Había llorado cuando vi a mi madre en tan grave estado psíquico. Pero, esta vez algo me cortó de cuajo el desgano de todo y de nada, aparte, de no ver a nadie llorando y, todos viendo a sus casas, su sudor por el suelo. ¡Increíble!.
    Al acercarme a uno de los refugios improvisados, una tienda de campaña malograda, un fino hilo musical de al haul atrajo mi atención irremediablemente, porque no me lo creía, -eso de tener ganas aún de escuchar música después de todo lo que pasó-, dentro de esa jaima se respiraba un aire verdaderamente agradable, mi prima, la recién casada, hacía el té al ritmo del suave al haul que yo escuchaba antes, en medio de mis luchas internas por llorar o no. Me invitaron a sentarme y, lo hice, entonces no tardaron las bromas y las risas sobre lo sucedido.
    No vi lágrimas ni sollozos ni lamentos;  vi risas y cuentos extraordinarios sobre  sus propias desgracias.
- Uds. si son grandes -pensé yo-
Mi otra prima Haila, con su sonrisa contagiosa me contaba lo extraordinario que es oír caer el adobe al ritmo de los truenos y Alhija me decía que al unísono de esos truenos subían más el tono de las alabanzas a Dios.
Birganduz, sus casas de adobe no son tan pintorescas que las miles y miles que  inundan los campos de refugiados saharauis. Pero sí hay una mansión también de adobe que su dueño había gastado un dineral muy largo para construirla, y, ahora se ha quedado en cenizas. La vi, a sus inquilinos no.
No sentí lastima, seguro ellos tampoco, sabemos los saharaui que en donde estamos es impropio. Esa mansión ya no existe, sus dueños sí. Ahora sé que no les vino la tragedia a los saharauis esos días de lluvia, hace 30 años que la suya empezó, esto es una herida más de una larga guerra. Tanto tiempo desviviendo, se nos olvido, y la fuerza, que estamos en tierras ajenas. El exilio cruel e inhumano, nos lleno en su momento de libertad y esperanza; hoy, es un magnánimo silencio, tal, que el saharaui se ha quedado inmerso ya no, en su subsistencia, sino en su bienestar y comodidad, que  todo ser humano anhela y sobre todo, MERECE.


Chejdan Mahmud Yazid
4 de marzo de 2006
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SIENTO VERGÜENZA AJENA



Sin duda mi enfado con esta nación se acrecienta más y más desde que tengo uso de razón. Llevo atragantada la palabra España de una manera irrevocable.
    Soy saharaui y, con esto se simplifican las explicaciones. Nómada de tradición y, desarraigado de confesión. España estaba en mi barrio cuando nací, ahora estoy viviendo en un barrio de España.
La grandeza de este país reside desde tiempos remotos, en destrozar esencias; desencajar lo ya perfectamente acoplado; meter su mano absurda y torpe en donde no debe o, como se dice popularmente: tirar la piedra y esconder la mano.
Estoy irremediablemente enfadado con España porque por su culpa se torturan los saharauis, se desarraigan, nacen, crecen en tierras ajenas y se mueren sin ver a la suya. Los campos de refugiados donde vivimos, ya se sabe que son el consuelo para los expulsados que, día a día hacen el ademán de abandonar, pero..., vivimos con el alma en vilo constantemente, cientos de saharauis, están presos injustamente y torturados por el simple hecho de manifestarse.
Estoy enfadado con España, porque, aún sonríe a un asesino, le estrecha la mano a un chantajista y manipulador como Marruecos, también, inhumano, precario y sangriento que, constantemente hace honor de ello: ¿ALGUIEN DA MÁS?.
Estoy enfadado conmigo mismo porque aún lloro ante la tele, un día si y otro también; estoy desolado; triste. Mis compatriotas saharauis y africanos se mueren y nadie mueve un dedo. Marruecos sigue haciendo y deshaciendo impunemente y, sonríe su ministro de aa. ee. descaradamente y su homologo español: hace lo mismo.
Estoy triste porque me avergüenzo por los que no se avergüenzan.
Pero. A quién le importa mi soledad y tristeza: soy un infame saharaui, refugiado en ESPAÑA y, debería estar agradecido, no?.

Chejdan Mahmud Yazid
16 de octubre de 2005
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UN BRINDIS NECESARIO

Madrid, no es la ciudad de mis sueños. La primera vez que pisé esa tierra, procedía de Cuba y apenas reparé en ello. Un policía tenía mi documentación, me hizo ir a una especie de albergue que estaba en el mismo aeropuerto de Barajas, allí pasé una noche, al día siguiente abandoné Madrid y España. Me fui escoltado por dos policías hasta subirme a un avión argelino.
    Ahora, años después, Madrid me recibe y, me vuelve a despedir, esta vez escoltado por dos chicas guapas y atentas, sin duda esa ciudad me da y me quita, eso si, fugazmente siempre. De Madrid no conozco ni las calles ni las plazas ni los monumentos y por ende no conozco su gente, pero su nombre me suena a cotidiano por lo que es.
Como saharaui, tuve la oportunidad de participar en un curso de verano de la Universidad Autónoma de Madrid, titulado, “los saharauis y “nosotros”, un desafío pendiente y urgente”. Eso, en sí mismo ya constituye un logro para una causa estancada y marginada como la nuestra. Me invadía la emoción. Ese hecho de que una universidad hiciera el gesto de, en cierta manera, divulgar, reconocer y hacer conocer al Sahara, que, en su momento, formó parte de España, es de honrar y agradecer. Mil gracias.
Fueron tres días de conocimiento intensivo del Sahara, también de reencuentros y encuentros y, sobre todo de mucho calor, demasiado calor. Colmenar viejo, nos acogió, quizás para reconciliarse con la historia, por aquello del barrio del Aaiun con el mismo nombre. Sus calles estrechas, curvilíneas y en casos malogradas, también formaron parte de esa experiencia que fugazmente vivimos.
No pretendo, ni mucho menos, hacer un resumen del curso, más bien, una reflexión que trate de abarcar a todos y a cada uno de los asistentes, ya sean alumnos o ponentes. No tengo nada que objetar a nada ni a nadie del curso, pero sí a la historia y a España, las voces que se alzaron en el curso, de la índole más diversa, corroboran mi  sentir, nuestro sentir. Y solo me queda decir, para acabar, que la historia se escribe hoy y se lee mañana y este gesto de aproximarse a los saharauis bien vale un buen trozo de historia. Amen.
En nombre de la “generación de la amistad saharaui”, una vez más, mil gracias a la universidad y a los asistentes que, con sus voces y las nuestras conseguiremos nuestro objetivo, sin duda.
A mí, por fin, siempre me quedará Madrid, por aquello del “obligado paso”, aun sabiendo que todos los caminos no pasan por Madrid.


Chejdan Mahmud Yazid
Las palmas de g.c. 25/07/2006
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Una amistad en silencio

Estuve a punto de no comprar el billete a Mallorca. Por alguna razón no querría hacerlo, pero sabía también que debía. Cosas que ahora sé, como que,  ser nómada se lleva en la sangre. El sentido de la vida para un nómada es irse, es una cosa que nunca planeas, pero lo haces, sabes que no tiene sentido, pero lo haces. Tú rigurosamente emprendes uno y mil viajes y todos con la áurea de definitivos pero no y, así vas marcando lugares que después solo recordarás y anhelarás. Pero la cara más cruda de esto, es la vida misma, llevarse la casa a cuestas es duro, empezar de cero es aún más duro todavía.
Fui a la terminal del ferry a comprar el billete, no hoy, mañana. Mientras, la ciudad de Valencia, se retumba en unas fiestas fogosas como la más. La verdad que esa ciudad nunca me ha atraído, a veces el mismo tiempo te presagia lo que hay, en este caso el tiempo de valencia parecía distraído como su gente, las nubes dispares y caprichosas, algunas tantas juntas y otras pocas dispersas y cabizbajas, la brisa parecía cruda o poco hecha, denotaba un sabor raro, a veces a mediterráneo, otras a desierto con su arenilla leve y enojada, el sol dubitativo a veces recio, a veces templado. El ruido es lo más que predomina, estaba más que presente en cada esquina y pedía las credenciales a algunas personas. Detrás de los ruidos y la bulla estaba la gran fiesta de las fallas, nada más mundano e inútil, donde el derroche y la desfachatez arrasan, y la mano derecha se tiende al vacío de la moralidad. A mi parecer, precisamente mi orgullo, no me invita a quererla. Porque en mi tierra aún resuenan las campanas de la guerra y muchos ruidos jadean en mí para aún aguantar algo parecido, aunque sea festivo.
Hadamin, es un amigo mío de infancia y de viejas andanzas, uno de esos amigos que perduran en la vida, nunca los ves, pero siempre están y, siempre tan frescos como el primer día. Le llamé por si tengo algún problema en valencia y, efectivamente, lo tuve y vino a por mí. El resquemor de un inmigrante es no tener problemas, pero bueno, si los hay, siempre están los locutorios, que son casi un centro comercial pero donde hay más cordura, más atención y sobre todo más cordialidad, hasta se puede encontrar afecto y muchas veces moral, animo e información muy diversa, aunque a veces confusa, pero al fin y al cabo te enteras de lo que hay y, donde un inmigrante alivia su sed de hablar. En estos sitios lo menos que importa es el dinero, todos sabemos que vamos a pagar solo lo justo. Yo el poco tiempo que estuve en valencia casi la mitad lo pasé en el locutorio, mi amigo me comprendió y solo se prestó a dejarme las llave de la casa.
Cuando al final embarqué, ya se me había olvidado valencia. Ahora pienso en algún lugar de Mallorca que no sé donde está. El vaivén del barco poco a poco me fue sumiendo en un sueño incómodo pero duradero. Al alba y ya yo en pie, subo a la cubierta del barco y, ante mis ojos veo extenderse, llana y curvilínea, Palma de Mallorca. A estas alturas no sé a que atenerme en esta isla, pero sí puedo afirmar que el destino insospechoso de uno, a veces le lleva a coincidencias y reiteraciones caprichosas, ahora me presto a vivir en otra isla, antes lo había hecho en otras tres más y, en todas por largo tiempo, en la que menos, cinco años y, siempre de una a otra. Mágica vida, sabiendo que yo soy oriundo del desierto del Sahara, concretamente Sahara occidental.
Pero, si la gente no labrara su propia vida, no se establecería o no se perpetuara en algún sitio definido y definitivo, creo que lo que somos hoy no sería posible, porque siempre estarían posponiendo cosas, porque se tienen que marcharse. Al hilo de esto, cuántas cosas pospuse yo?, cuántas cosas tuve y las dejé?. Un infinito repertorio de cuestiones me vienen ahora a la mente, pero en fin, se quedan, como tantas cosas que dejé allí y allá.
Mas, en tantos periplos y andares conocerás a gente, a personas, y verás que son infinitas. Las conoces y en ti se quedan o se van, eso depende de la magnitud de las relaciones y la intensidad de las mismas. A veces un ínfimo gesto, una mirada furtiva o una palabra dichosa se quedan para siempre. Las buenas amistades nos atraviesan como puñales y, dejan su herida que, con el tiempo cicatriza o no. El amor es la baza imprescindible para hacer la vida llevadera, es uno de los dos lados de vida. Y de las personas que convives en un momento dado, siempre te tienes que hablar. Anoche cuando hablé con mi primo Sidi, yo le comenté que la chica de mis sueños la conocí en un verano caluroso en Madrid. Le hablé de ella, supuse que él no sabía quién era, pero solo le di un par de señas, y la reconoció, él me completó los detalles y, sí, era ella, luego me dijo, sabes Chej, yo con esa chica tenía una amistad en silencio. Me quedé pensativo un rato, no sé, quizás él la quiso antes que yo, de todas maneras ya no la quiero, además yo no la esperé. La amistad en silencio, es un amor inconfesado. Las brumas de la sinrazón, planearon sobre las deseos de mi primo, y las inquietudes de un alma, tal vez gitana, se asomaron en una noche desdeñada. Meras coincidencias.


Chejdan Mahmud Yazid
19 de mayo de 2008
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Sahara no paga a traidores

El que renuncia a la independencia, solo le queda un camino: integrarse a Marruecos y sentirse como tal e irse a su patria grande y establecerse allí con todas las comodidades posibles.
Ahora, vivir con los que renunciamos a la soberanía marroquí sin compartir nuestros ideales, solo tiene un significado: ESPÍA
Nosotros aspiramos a ganar esta batalla y si es conveniente, volver a las armas y, llegado ese momento amigo, o estas detrás o estas delante del cañón de mi fusil: Tienes alguna duda de lo que haré si te pones delante?, el marroquí que mato a mi padre no dudo en hacerlo.

Chejdan Mahmud Yazid
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Las torres de Rabuni

   
Nada igual que una vista privilegiada, eso, es lo que ostentan, sobre todo, las dos torres de Rabuni. Juntas o separadas están, depende del ángulo del que las miras. Sus vértebras descubiertas te anuncian una figura esquelética magullada y triste. El paso de las calamidades climatológicas del insufrible desierto hacen mellas en todo y todos, pero la solemne postura de las dos torres, erguidas constantemente, desafiantes, hacen que el mismísimo viento les cante su mejor canción a la vez que las acaricia suavemente cada vez que se asome por su lado.
    Rabuni, se disuelve en la mesura del tiempo como Dios manda –nunca mejor dicho-. Aquel regocijo patriótico, aquellos tiempos gloriosos de la revolución; esa disciplina impecable; ese entusiasmo sin límites y ese fervor contagioso, se han diluido con las miserias de sus casas de barro y sus ministerios malogradamente feos. El bunker impecable de la nación saharaui, el alma máter de un pueblo exiliado y el comedor de miles de almas, es ahora un lugar fantasmagórico, habitado por figurantes de una historieta invendible, (amén de los buenos creyentes).
    Y esas dos torres, son como dos faros vigías que orientan a los navegantes de las palabras y los flashes de las cámaras, a los sedientos de alzar su mirada más allá de las ennegrecidas piedras del desierto. Me atrevería a decir que no representan nada para nadie. Las sufridas miradas de las personas que habitan bajo su sombra, aún esperan que termine la última ronda del té. El mañana es todavía hoy para los saharauis.
    El pulcro silencio de las torres de Rabuni se diluye con todo y con nada, algunos ajetreos mundanos: un taxi aquí; un raro uniforme militar allá o; un desenfadado plebeyo insurrecto que necesita unos papeles, deambulan erráticos siguiendo el chasquido de los pedruscos que visten el suelo de Rabuni.
    Las torres de Rabuni y, esas cuatro aglomeraciones de barro, que se hacen llamar ministerios, tienen todo en común, no en la forma, pero sí en el símbolo, representan… (no sé que representan), estarán allí hasta que el cuerpo aguante. Mientras,  el viento del desierto el calor y el frío, más una política exterior desentendida, seguirán azotando a uno y a otro irremediablemente. Es cuestión de ESPERAR.
    Solo sé ahora, que nací esperando y por eso aprendí a tener paciencia, mucha paciencia y, las torres de Rabuni también, ya lo creo.
   

Chejdan Mahmud Yazid
1 de noviembre de 2006
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Cuando la muerte es verdad
A Mahfud Ali Beiba. Inmemoriam.

    
Al final todos nos vamos, no sabemos a donde, pero nos vamos. La muerte es una desdicha para quien la sufra porque al final y al cabo se va de la vida, simple y llanamente uno deja de existir y, para los que quedan el dolor de haber perdido a alguien querido o conocido que aprecian o admiran. Este hecho estremece y mucho al ser humano y la cruel muerte se empeña en hacérnoslo una y otra vez sin importarle para nada su dimensión. Luego las lágrimas se disparan y los lamentos y las condolencias se suceden para pronto todo terminarse en recuerdos. Pero cuando la tragedia toca a todo un pueblo aunque pequeño, pero guerrero y valiente, las almas se estremecen y las ideas, por un momento se detienen para repensar
en todo y en nada, una sola persona que se va, significa un luto generalizado, porque es conocido por todos. La vida una vez más pierde ante la poderosa muerte y las alas sanas de un ser se desbaratan con un soplo muy malintencionado.
    Hoy el pueblo saharaui pierde a uno de los fundadores de su causa, a un gran líder, a una persona fiel a sus principios que, cree que un vaso de té a ras del suelo en una jaima y rodeado de su gente, es el principio y fin de la felicidad. Él entregó su adolescencia y su juventud por la libertad de su pueblo. Vivió sus años mozos con el fusil como su herramienta de trabajo y una trinchera como su casa y, acabada la guerra se arrinconó como todos los refugiados saharauis en una simple jaima para correr la misma suerte que todos.
    Su alma nos deja y pronto su hado. El devenir  del tiempo que precisamente no augura nada de nada, estará relacionado con su nombre y su persona. Él al menos con su desaparición, dejará de pensar en el futuro y dejará también de maldecir su suerte como refugiado, cada día.

Chejdan Mahmud Yazid

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