sábado, 12 de marzo de 2016

Historia de un aniversario

Si un viajero se apunta a ser solidario, eso no supondría nada extraño. Y, si un solidario se apunta a ser investigador tampoco supondría nada fuera de lo común. La mente humana es tan ancha como el horizonte y puede absorber, sin cambiar la forma, tanto, como una esponja. A todo ello si se le suma la inquietud y las ganas todo luego adquiere forma.
Iba yo acompañado por una viajera solidaria italiana, que solo puedo describir como “italiana”. Una mente inquieta y multilingüe. Tuve el placer de acompañarla; esperarla que terminara de reflexionar; agarrarla para que no se la llevara el viento y, a veces, sentir a lo lejos su aliento casi moribundo mientras escuchaba una vieja historieta muy banal, o, simplemente, contarle que la arena es un mal necesario que a mí no me gusta, a lo que ella me respondía con un “no te quejes”.
Y, en tanto en tanto creábamos un ambiente que casi siempre se impregnaba de música cubana y de viejas canciones de Los van van”, que sonaban a media voz siempre, para no molestar al vecino, mientras disfrutábamos, junto con otros amigos, rememorábamos viejos tiempos, luego pusimos otra canción y otra hasta que la hora del rezo fulminó toda conexión con el pasado. 
Y. Anduve a la par, con otros viajeros trotamundos. Una orquesta completa, que venía a llenar el desierto de música incomprendida. Músicos de pieles blancas relucientes y  aún reacias al maltrecho exilio y desobediente desierto. Anduve con los músicos y con algunos de ellos, me regalaron su música como mera presentación y yo quise regalarles palabras enojadas, recordando las penurias del pueblo saharaui, pero me abstuve: no era necesario entristecer a la alegría. Además, yo siempre deseé música en directo y así, en pleno desierto, la música en directo vino a mí, ensayos inclusive.
De Asturias vinieron, porque en Asturias se cuece el buen pan y se recuerdan bien las palabras ya olvidadas. Me encontré con la orquesta entre bambalinas y esquivando instrumentos y buscando de reojo a la más simpática o al más bonachón. Hablé con las personas por si me necesitaban y remiré los gestos buscando complicidad, para cuando se termine la función.
Aunque el irrespetuoso siroco también quiso estar presente para sucumbirnos todos ante su mandamiento, a nosotros luego solo nos quedaría esconder la sonrisa tras el fiel turbante. Quiso, hasta enamorar a mi italiana y llevársela, y cuando se lo impedí, fue a por alguna que otra paisana saharaui, que ya hace tiempo le había dado su consentimiento. Sé que le habló al oído a unas cuantas de la orquesta y me enteré que alguna aceptó sus bravíos halagos. El exilio saharaui se vio una vez más colmado por la solidaridad, y yo me vi colmado de alegría.
En Dajla, me vi como un charlatán, que hablaba y a la vez sermoneaba y me salia la simpatía hasta por los oídos y, de repente, ya soy intérprete, arqueólogo, antropólogo, maestro artesano, periodista y hasta, cantante. En un momento determinado me mandaron a callar y me callé, y en otro me callé yo mismo porque me di cuenta que nadie veía los documentales de “La 2 de TVE”. Y, mi silencio soportó hasta la ira de la envidia.
Es mi sincero homenaje a los músicos que conocí en Dajla, a tantas caras y tantos matices diferentes y que se funden en tantas canciones y que saborean la misma partitura. Ellos se acercaron a mi realidad y yo los vi, o, los oí y, me enamoraron sus canciones, su elegancia encima del escenario y su cariño hacia sus instrumentos. Les amé porque reparten alegría e infunden confianza.
Gracias, señores músicos, gracias.
Y, ¿qué me queda, después de todo?. En su mente la próxima estación del próximo destino. los pájaros vuelven a volar después de cada reposo. Un “me gusta” frío y calculado de vez en cuando llamará mi atención cada vez que alguien interactuara conmigo por las redes, luego que las campanas repiquen en algún aparato, que ilumina la soledad del dialogante. Ellos se irán pronto y yo seguro seguiré deseando y acariciando imaginariamente a la rubia del violonchelo, que llevaba días admirando esos ojos que sobresalían del turbante azul, mas, mi mente indemne se ruborizaría de mis maltrechas fantasías.
Ele, María, Carlos, Bea, Iyan: Lamat (nuestra anfitriona saharaui), me dijo que sois buena gente y yo le dije que ustedes son gente buena. En tanto, los días siguen y los momentos e instantes se multiplican. Ahora y antes, una flaca italiana me da las buenas horas cada día, y yo lo mismo. Ella es dueña de su trabajo y yo dueño de mis palabras, y así vamos tirando hasta que cada cual tome su camino.

Cuando el viajero arriba, será bienvenido y, cuando se va, será despedido. Las palabras que dijo no se quedarían, se pierden y vuelven a su dueño para ser reutilizadas, siempre y cuando el viento no deje de soplar.


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