“La
joula”, vacaciones en paz
Es
el niño que ahora es hombre o mujer; es el hombre o mujer que ahora
es de otra nacionalidad o, es, simplemente el que va y viene del y al
exilio. Todos en general vivimos el exilio, gracias a vacaciones en
paz. Y es la paz de algún modo lo que impide el desbarajuste del
exilio y por ende, una vida sosegada, parcialmente tranquila y
desahogada.
El
niño que va a la “joula”, ya sabe años antes de irse, que irá.
Y vive ese tramo de su vida, desde que lo sabe hasta que ocurre, con
mucha intensidad y alegría y haciendo saber a todos que su momento
llegará, aunque nadie le interese un bledo o repare en ello. Y
llegado el momento, sí que todos le prestarán atención y le
mimarán y le agasajarán. En realidad, nadie sabe si esa alegría es
fruto de un bien o un bien con fruto, por lo que al final o, en
principio, todo parece simplemente un juego de niños y mayores.
Cuando
se va, vuelve cargado de juegos y juguetes, de cuentos, de idiomas,
de dinero, de sonrisa y de nostalgia. Viene cargado consigo mismo y
con dos almas y dos corazones y cincuenta ojos, más millones de
sorpresas que las guarda en los mil bolsillos que ahora trae.
Entonces, a partir de tal instante, empieza a rodar un ruleta
multicolor y con múltiples propósito sobre sí misma. Rodará hasta que un desperfecto de “fábrica” la interrumpe. Quizás luego se subsane
la avería, pero ya no volverá a ser la misma y, puede que luego se
venda al mejor postor, o, simplemente se deje en el olvido.
Las
vacaciones en paz brindan paz y bienestar. Han hecho felices a muchas
personas, a muchas familias. Han hecho mejores a muchos corazones y
han colmado muchos anhelos y deseos. Han provocado idas y venidas. Se
reproducen cada año, más allá del devenir de las ideas. Y es que
en la intensidad de la solidaridad tiene en el ser humano la clave de
la subsistencia cuasi eterna, y, el respeto que ésta reclama es su
baza fundamental. “Joula”, aunque a veces anda en la cuerda
floja, tanto por culpa de una parte como otra, siempre se ha
mantenido engrasado con tal elemento que es el respeto.
Yo,
fui a vacaciones en paz cuando me tocó, aunque no llegué a cruzar
el charco, me quedé en Argelia. Fue divertido la verdad y descubrí
el mar y la comida marina. No recuerdo mucho más y no es porque
andaba distraído, más bien quizás porque aún no era consciente de
nada. Mas, al año siguiente me convidaron a volver al mismo sitio y
no quise ir. Pudo ser porque cuando hicieron la rifa en mi primer
viaje , no me tocó nada y también pudo ser porque el chándal rojo
y negro que ponía “SONATRACH” no llegó a gustarme o porque me
quedaba demasiado grande y nadie se preocupó en remendarlo, ah,
también porque no me dieron dinero ni me dijeron que tenia que
llevarlo y desde luego tampoco tuve la precaución de llevarlo.
Resultado, me fui sin nada y volví con un chándal y un poco de
tristeza. En fin, no quise rotundamente volver a “SONATRACH”,
aunque representa la zona más rica de Argelia, por los yacimientos
de petróleo.
Y
no volví a disfrutar nunca más de “joula”. El tiempo y la
guerra arreciaban y no era momento ni tiempo para casi nada. Pero
“Joula” continuó de una manera u otra y se acrecentó y al final
tomó su propio carácter y dimensiones.
Entonces
surgió de la nada y de la noche al día, familias y personas ricas,
inclusive sobradamente ricas, con sus coches nuevos de lujo, aparatos
electrodomésticos de última generación y fiestas y convites
descomunales. Niños con atuendos llamativos y de marcas caras,
bicicletas, gorras y gafas etc. El exilio se tornó ya irreconocido,
se convirtió en un carnaval de colores y olores y los exiliados se
sumaron en una carrera hacia otra sociedad más consumidora y
radicalmente desinhibida.
Mientras,
los gobernantes y allegados se sumaron en una jauría, alzando la voz
cada vez más alto y aniquilando a sus víctimas sin ningún pudor o
reparo y, de paso convertir los sentimientos en negocios, creando
guetos que dejan mucho que pensar que inspiran discursos nada
reconfortantes.
Al
final y al cabo alguien pensaría que “Joula”, es una teatro que
cada año se repite, donde no se sabe quién es el público y quién
es el actor, pero al terminar la función todos se van contentos de
la sala. Eso sí, al margen de la crítica.
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